La próxima muestra internacional de arquitectura de la Bienal de Venecia bajo el lema La ciudad: menos estética, más ética, en justa coherencia con su título, expondrá la obra del arquitecto brasileño Joâo Filgueiras Lima, conocido como Lelé (Rio de Janeiro, 1930).
Generoso en tenacidad y genio creador, Lelé "produce" hospitales bellos y funcionales en el Centro de Tecnologia da Rede SARAH de Salvador de Bahía, auténtica fábrica de vanguardia, empresa difícilmente concebible en el Primer Mundo e impensable en las coordenadas de Brasil. Desde el momento en que se atraviesa el quicio del centro productor creado por Lelé, se tiene la sensación de penetrar en las entrañas del "ordware", de ese orden y racionalidad de los que tan necesitada está no sólo la arquitectura sino también el ejercicio de la profesión en el Tercer Mundo que, con demasiada ligereza, echa mano del "software" y del "hardware", conocimientos y herramientas importados que irremediablemente fluyen por canales unidireccionales: nacidos en el Norte, desembocan torrencialmente en el Sur.
Lelé es un arquitecto singular que ha conseguido domeñar procesos constructivos industrializados, maximizando sus potencialidades y minimizando sutilmente sus limitaciones. En los tableros de proyecto de este arquitecto se gesta una arquitectura industrializada, sin concesiones a la monotonía, bellísima y capaz de superar la prueba de fuego: ser competitiva en el todopoderoso mercado al que Lelé recurrió y del que nunca obtuvo respuesta para satisfacer las ingentes necesidades brasileñas de construcción de escuelas, hospitales o mejora de favelas. Se vio por tanto abocado a crear una industria capaz de dar más y mejor por menos, sin renunciar a las altas cotas de diseño que han caracterizado todas sus obras.
Nadie como él hace recordar tanto la perseverante trayectoria de Jean Prouvé, el artesano de Nancy. Es cierto que hay que salvar el enorme trecho, en espacio y tiempo, que dista entre los Ateliers Jean Prouvé (Nancy 1939-1945), inmersos en la economía de guerra francesa, y el Centro de Tecnologia da Rede SARAH (Bahía, 1993-2000) materialmente rodeado de favelas que evidencian el hambre de espacios construidos. Distancia también entre la asepsia monocroma de las realizaciones de Prouvé y la voluptuosidad colorista de Lelé. "Norte" y "Sur", contextos distantes pero sintonía profesional a la hora de enfrentarse a la presión de la necesidad. Resulta interesante recordar que mientras el Prouvé más creativo, el de la Francia de postguerra, necesitó componentes de vivienda para dar respuesta a las graves necesidades coyunturales, Lelé vive y se enfrenta a carencias calificadas como estructurales. Ambos han peleado y defendido durante décadas sus postulados constructivos. Y otra de las coincidencias que acercan a Lelé y a Prouvé -al que en 1945 arrebataron su taller metalúrgico en Maxéville- es que en sus trayectorias no han faltado caídas sonadas: así, en 1986 se produjo el cierre por razones nunca esclarecidas, de la planta de producción de Lelé en Río de Janeiro, de la que salían diariamente ¡12 escuelas totalmente prefabricadas!. Los sutiles filtros de la crítica arquitectónica elitista, de espalda a los proyectos que pretenden dar respuesta a las necesidades, ignoran la obra de este profesional atípico que reparte su pasión artística entre la música y la arquitectura.
La red hospitalaria de traumatología de la seguridad social brasileña, diseñada y construida por Lelé, es un aporte singular a la arquitectura contemporánea, que, de no haber nacido en el Sur, habría cosechado multitud de premios y parabienes. Su principal mérito no es formal; la genialidad de Lelé estriba en encontrar soluciones que permiten resolver problemas acuciantes de manera económica, masiva, eficiente y con serena belleza. Sus obras pretenden hacer más llevadera la siempre dura vida de los hospitalizados. Proyecta desde el hospital, codo a codo con profesionales de la medicina, cuidando y mejorando detalles: camas manejadas por los propios enfermos -diseñadas y construidas por Lelé- circulan camino de las piscinas, la biblioteca, la tertulia de pasillo…, entornos abiertos permiten a la generosa vegetación penetrar y que se instale "a convivir" con los sofrientes. Oscar Niemeyer afirma con toda razón: "Hoy, quien quiera elaborar un proyecto de hospital de alto nivel técnico, a mi modo de ver, tendría que pasar tres meses conversando con Lelé."
Volvamos al Centro de Tecnología. Trescientos trabajadores, organizados en cuatro talleres de prefabricados de argamasa armada -versión brasilera superadora del ferrocemento de Nervi-, madera, metal y plástico, alojados en naves idénticas a las que ellos mismos producen para los hospitales, hacen reverdecer la manida promesa del Ford de
El reconocimiento internacional de Lelé acumula una considerable deuda de retraso, pero llegará. Algo parecido ocurrió con la obra del ingeniero uruguayo Eladio Dieste. Lelé recibirá en la próxima Bienal de Venecia parte del tributo que su obra merece, en un mundo insaciable de arquitecturas para la abundancia, el derroche y el "des-ordware". Esperemos, sin perder la paciencia, el resurgir de alguna señal de conexión de la arquitectura con las necesidades que atosigan a seis mil millones de conciudadanos. Una inequívoca será el momento en que los centros de enseñanza pasen la página del Chandigarh de Le Corbusier, tras medio siglo de manoseo, y propicien la creación de arquitecturas con "ordware" capaces de dar respuesta a las grandes necesidades.